A pesar de lo constreñido del programa supimos parar el tiempo y disfrutar de los vinos de Montepulciano, de sus embutidos, del lago, de los campanarios de San Gimignano, de las vistas desde la cúpula de Brunelleschi y los regateos en el mercado de la paja, en Florencia, con un jabalí como testigo de que no sería la última vez que pisaría sus calles. Italia nunca dejará de sorprenderme, es como estar en casa, hogar al que siempre regresaré y del que siempre huiré...
4.10.08
Road trip to the paradise
A pesar de lo constreñido del programa supimos parar el tiempo y disfrutar de los vinos de Montepulciano, de sus embutidos, del lago, de los campanarios de San Gimignano, de las vistas desde la cúpula de Brunelleschi y los regateos en el mercado de la paja, en Florencia, con un jabalí como testigo de que no sería la última vez que pisaría sus calles. Italia nunca dejará de sorprenderme, es como estar en casa, hogar al que siempre regresaré y del que siempre huiré...
Debilidades
29.9.07
Tu libertad termina donde comienza la de los demás

Las relaciones humanas son complejas, nadie lo duda, la comunicación falla, y nuestros deseos hacen que veamos cosas que no son, pero antes de abusar, recapacita.
Nos extrañamos de que existan guerras, atentados, insultos…¿cómo no los va a haber? Nadie respeta el poder de la palabra, sólo el de la violencia, ¿es que acaso no gozamos del mayor de los regalos? El raciocinio, sí amigo, eso que nos hace pensar antes de actuar. Sea usted un señor y piense antes de seguir con algo que no lleva a ningún sitio y que nos empuja irremediablemente a un trágico final shakespeariano. No me obligue a ello.
12.6.07
Siento el retraso, me estaba poniendo el pijama
5.3.07
Escapada a Logrosán
Quiero compartir esta escapada con vosotros, bellos parajes en Cáceres.
Lo mejor del reportaje?... Lo guardo para mi
6.2.07
Justos por pecadores

En fin, que seguimos en la misma. No hay justicia en este mundo, para nada. Y el pueblo vasco es un ejemplo de ello. Tan sólo unos días en Bilbao y San Sebastián, pero suficiente para hacerme sentir como en casa. Diría que hasta me pareció excesivo el buen trato recibido. Amigos, ya sabemos quién sujeta la sartén por el mango y quien es verdugo de quien. No hace falta que le gritéis al mundo que eso no es así en cada rincón de Euskadi, que sois buena gente está demostrado. Lo sabemos, nos consta, y aún más, os aplaudimos. Porque no es fácil vivir así. Y tampoco creo que lo hagáis para justificar nada. Seguramente el resto de los mortales tengamos una idea equivocada de todo lo que se cuece, vosotros conocéis la realidad pero la mantenéis al margen, y es lo mejor que se puede hacer. Cada loco con su tema y Dios en el de todos. Aunque ni Él lo puede evitar, siempre pagan justos por pecadores.
3.2.07
Silencio

A veces es mejor escoger la ausencia de palabras, porque éstas duelen, a veces. Tratas de convencerte de que sin ellas será más fácil olvidar, pero en el fondo sabes que no es así. El silencio es ausencia en todo su significado, es soledad. Y pérdida aprendida.
A veces las cosas ocurren sin encontrar una explicación razonable, la tiene pero no la quieres identificar porque te produce un dolor tan profundo que prefieres obviarlo. El tiempo ayuda a madurar. Las personas somos ricas en matices precisamente porque desde que tenemos uso de razón vamos buscando nuestro destino, dotándolo de nuestra propia personalidad. Defines lo que quieres y lo que no quieres, las circunstancias que nos rodean nos hacen adaptarnos al medio en el que nos desarrollamos. Nadie es culpable de nada, distintos puntos de vista. La culpabilidad no conduce a ningún sitio.
La vida es injusta para todos. A veces me gustaría no ser tan sensible a ciertas experiencias, pero es inevitable. Con el paso del tiempo he aprendido a ver las cosas desde otro prisma, quizá más objetivo. De lo que estoy segura es de que volveré a tropezar en la misma piedra, forma parte de nuestro aprendizaje continuo.
1.2.07
La vida sigue igual

Alrededores de Tánger, primeros días de 2007
Recuperar antiguas conversaciones con los amigos, visitar a los enfermos, admirar la paciencia de las madres con sus hijos pequeños... algún día ellas también podrán contemplar desde la distancia la labor de otra generación. Y así sigue la vida, con más edad pero no sin menos esperanza, porque ella es la que aporta ilusión en cada amanecer, y porque si aún estamos aquí es por algo, sólo es cuestión de decubrir nuestro lugar.
16.10.06
Algún día la ternura moverá el mundo (Segunda parte)
Atención a la campaña Free Hugs (Abrazos gratis) llevada a cabo en Australia por Juan Mann.
14.10.06
Algún día la ternura moverá el mundo
Cádiz. Última hora de la tarde. Calle casi desierta, a excepción de David, hijo de mi amigo el artista gaditano, especialista en reconstrucción de uniformes históricos, Miguel Ángel Díaz Galeote. David, que tiene catorce años, acaba de salir del colegio y espera sentado en la parada el autobús que lo lleve a casa. Pasa algún coche de vez en cuando. Al rato, atento a la llegada del transporte, ve acercarse una bicicleta desde el extremo de la calle. Sin prestarle atención, sigue hojeando los apuntes que tiene sobre las rodillas, porque dentro de tres días hay examen y lo lleva crudo. Mientras tanto, despacio, la bici llega hasta él. David levanta la vista y comprueba que se ha detenido y que, apoyado en el manillar, lo observa un chico un par de años mayor que él. Uno de esos pishas gaditanos de toda la vida: moreno, escurrido de carnes, pantalones de chándal y camiseta del Cai. El recién llegado lo mira muy fijo. Tiene el aire clásico de los zagales duros de allí. Así que David, pese a ser un crío tranquilo, se mosquea un poco.
–Dame er dinero, quiyo –dice el de la bicicleta.

Los pocos coches que pasan no se percatan de la situación; y aunque así fuera, que se detuvieran es otra cosa. David, que no tiene un pelo de cobarde, tampoco lo tiene de chuleta, ni de tonto. Sabe que allí solo, frente a uno de dieciséis años, va listo. Indefenso total. Así que lo mira a los ojos, procurando no mostrar más preocupación que la justa.
–Sólo llevo un euro –responde–. Para el autobús.
Habla con la calma de quien dice la verdad. El otro lo mira de arriba abajo, despectivo, apoyado en el manillar. Por un momento, David piensa en el reloj que lleva en la muñeca, regalo de sus padres. Espero que no le dé por quitármelo, se dice. Pero al otro sólo le interesa el metálico.
–Vacíate los borsiyos.
Resignado a lo inevitable, David obedece. Deja los apuntes en el suelo y se levanta. Su único capital, el solitario y patético euro, reluce en la palma de su mano. Sin dejar la bici, el otro se apodera del botín. Luego se aleja pedaleando tranquilamente, haciendo eses por la calzada. David suspira, coge sus apuntes y echa a andar por la acera, en la misma dirección por la que se aleja el precoz chorizo que acaba de arrebatarle su capital. Media hora hasta casa, calcula. Algo menos si camina deprisa. A trechos se sorbe un poco la nariz. No está avergonzado –es un chaval sereno y sabe que la vida es así–, pero siente picado el orgullo. Si el otro hubiera tenido su edad, el euro habría tenido que quitárselo a golpes, si se atrevía. Pero las cosas son lo que son. Así que aprieta el paso, inquieto porque llegará tarde a cenar y su madre estará preocupada.
–¿Aónde vas, quiyo?
El joven atracador, que al volverse a mirar atrás lo ha visto caminar, acaba de describir una curva con la bicicleta y ahora pedalea a su altura, mirándolo con curiosidad. Sin aflojar el paso, ceñudo, David responde.
–¿Dónde voy a ir? A mi casa.
–¿Andando?–Me has quitado el euro.
El otro se queda pensando. Luego le pregunta dónde vive, y David se lo dice. En la calle tal, número cual. Durante un trecho, el pisha sigue pedaleando a su lado, el aire reflexivo, mirándolo de reojo. De pronto frena.
–Sube, quiyo. Que te yevo.
–¿Qué?–Que subas, oé.
Y entonces, David, con la naturalidad de sus benditos catorce años, se instala en el único asiento de la bici y se agarra a los hombros del choricillo, que, de pie sobre los pedales, sin sentarse, lo lleva tranquilamente por la avenida, durante diez o doce minutos, hasta la puerta misma de su casa.
–Gracias –dice al bajarse.
–De nada, quiyo.
Y el joven atracador se aleja muy digno, pedaleando. Dicho en una palabra: Cádiz.