29.9.10

La lluvia que ahoga

Noche de lluvia. No dejo de caminar por aceras de piedra que lloran verdades.  Palabras susurradas con el cansancio de los años encadenan relatos. Son aquellos inventados por caminantes que durante siglos se hicieron ruta hacia estas calles. La oscuridad me desafía y me arrastra por los soportales del silencio, sólo roto por ladridos de animales desesperados. Parece una ciudad muerta, sin alma. La belleza de la superficie es efímera y artificial, muy pocos afortunados son capaces de vislumbrar más allá de sus paredes, porque está enraizada, perdura, se enquista en los corazones ajenos, obnubila y petrifica. En las profundidades subterráneas se almacena la suciedad, se apoltronan las mezquindades y se asientan las mentiras, las burlas, las envidias, la ignorancia…

Impávidos transeúntes acompañan mi devenir mojado y enajenado, pero están ciegos, ocultos bajo telas negras se creen protegidos mientras puedan defenderse con lenguas de fuego. Me alejo nadando por los canales, sin volver la vista a la ciudad prohibida.