4.10.08

Road trip to the paradise

Apenas una mochila, cuatro amigos y un coche, suficiente para iniciar una aventura de la que sólo puedo destacar una cosa: vida. Guiados por el instinto y un GPS, nos lanzamos a las tortuosas carreteras del oeste italiano, desde Milán a Siena bordeando la costa, cual Sofia Loren subida a una Piaggio en la mejor producción del maestro Fellini. Tiempo húmedo, en Rapallo vimos llover cobijados en una cueva con vistas al mar, los patos parecían gozar de aquella tregua estival, y nosotros de una conversación filosófica que continuamos en una velada nocturna amparados por el sonido del romper de las olas a la orilla de la playa de Sestri Levante.




Sin embargo, fueron Lucca y Siena las que extendieron sus alas y me abrazaron sin pudor, acariciaron mi alma y me enamoraron, quizá porque me recordaron la nostalgia de las ‘rúas compostelanas’, alejadas de la suciedad mundana de las grandes urbes. Plazuelas medievales, puentes carentes de ornamentación y tejados que no se elevaban más allá de unos metros del suelo. Todo eso unido al carácter latino y afable de los vecinos de la Toscana, hizo de nuestro recorrido en bicicleta un placer al alcance de cualquiera.

A pesar de lo constreñido del programa supimos parar el tiempo y disfrutar de los vinos de Montepulciano, de sus embutidos, del lago, de los campanarios de San Gimignano, de las vistas desde la cúpula de Brunelleschi y los regateos en el mercado de la paja, en Florencia, con un jabalí como testigo de que no sería la última vez que pisaría sus calles. Italia nunca dejará de sorprenderme, es como estar en casa, hogar al que siempre regresaré y del que siempre huiré...

No hay comentarios: