13.11.09

Preludio

Llovía detrás de los cristales, de los pocos cristales que quedaban, más bien llovía dentro de la otrora fábrica de conservas que aún se levantaba en el viejo muelle. Querían derribarla para construir un complejo deportivo, con pistas para practicar tenis, atletismo, contaría con una piscina, vestuarios, en definitiva, instalaciones con equipamiento completo.
El proyecto de obra se debatía entre despachos e instituciones mientras en la factoría aún se percibía el olor a pescado. La nave, de gran altura y con la cubierta deshojada a causa del temporal, aún albergaba el alma de las miles de personas que pasaron por ella. No como meros observadores, sino como germen de la riqueza que en su día generó su actividad.
Las viejas máquinas permanecían impasibles al cambio, acosadas por la herrumbre, sin movimiento desde hacía años, varadas en el tiempo, cansadas de esperar un golpe de gracia que volviera a hacerlas girar. Ya no quedaban manos que las acariciaran con mimo, que las animaran a continuar con su trabajo por depender de ellas el mantenimiento de muchas familias.
Eran otros tiempos, ahora la lluvia batía contra los muros, contra los ventanales, contra el suelo... la oscuridad inundaba todo, sólo doblegada ante el carácter de los esporádicos truenos. Sin embargo, algo se oía a lo lejos, un rumor, voces, gritos, parecía la fuerza de una ola que estalla al chocar con la roca, una algarabía que avecina tiempos de lucha. Parece difícil hacerles callar. Seguro que la violencia del vendaval no les amedranta. Se apostarán delante de la fábrica y no permitirán su desmantelamiento, porque no hay derecho a la especulación barata, porque hay que protegerla ahora que es vieja y no puede defenderse por si misma, porque ya nadie se acuerda de las miles de bocas que alimentaron sus pequeñas latas de conserva.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que bueno, cuantos paralelismos de me ocurren!! Abrazos mil para la autora.