Cada vez que oía a alguien lamentarse por el paso del tiempo abría este particular estuche y le regalaba un pedacito de su tesoro personal. A cambio recibía sonrisas, miradas de desconfianza, burlas y abrazos. Sabía administrarlo bien, y lo disfrutaba siempre que podía, porque era conocedora de su caducidad. La gestión de esos trocitos de mundo pasaba a otras manos y dentro de poco ya no le quedaría nada…
1.2.09
La caja de terciopelo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario