1.2.09

La caja de terciopelo

Un segundo, un minuto, una hora, un día, una semana, un mes, los años pasaban, y ella, lejos de alejarse, se acercaba cada vez más a lo que siempre quiso, recoger el mundo en sus manos y guardarlo en una pequeña caja de terciopelo, colocada al lado de la cabecera de la cama.

Cada vez que oía a alguien lamentarse por el paso del tiempo abría este particular estuche y le regalaba un pedacito de su tesoro personal. A cambio recibía sonrisas, miradas de desconfianza, burlas y abrazos. Sabía administrarlo bien, y lo disfrutaba siempre que podía, porque era conocedora de su caducidad. La gestión de esos trocitos de mundo pasaba a otras manos y dentro de poco ya no le quedaría nada…

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