8.3.06

Rojo sobre mojado

Era una noche lluviosa, faltaban pocas horas para amanecer y ya nada nuevo podía suceder de camino a casa, o al menos eso pensaba ella. Las horas previas habían discurrido entre risas, copas y dosis de humor a raudales, quizá hacía tiempo que no se reía con tantas ganas, y con tanta despreocupación. No pasaba por una buena época y su cuerpo, frágil y enfermizo, se resentía por ello. Decepción, falta de ilusión, desidia, mucha tristeza, melancolía infinita en sus ojos, en su mirada, rictus serio y ausencia de sonrisa.



Pero esa noche se había olvidado de todo, a un lado los problemas, pensaba que podría comerse el mundo, y en cierta manera lo consiguió. No esperaba nada más cuando salió del último local; aún llovía, se puso la gabardina roja por encima de la cabeza y salió apresurada en dirección a la seguridad del hogar. Aún no había torcido la primera esquina cuando oyó una voz detrás que la invitba a detenerse un minuto. Sin siquiera girar la cabeza hizo caso omiso a su interpelador y siguió caminando calle abajo, pero el individuo casi le pisaba los talones:
-Disculpa, perdona que te moleste pero yo te conozco.

La muchacha le oyó claramente, y por no ser descortés con alguien que a lo mejor conocía, se giró y escudriñó la cara del misterioso caballero. Su sorpresa fue mayúscula:
-Siento abordarte así, pero te he visto salir corriendo y no sabía si tendría otra oportunidad de hablarte.
-Perdona, pero creo que no nos conocemos.
-Tú a mi no, pero yo te veo pasar todas las mañanas, a las ocho y cuarto, por delante del estudio de arquitectura de la calle Richelieu. Debes de trabajar cerca.
-Vaya, pues es cierto, trabajo un poco más arriba. ¡Qué curioso¡
- Es muy gracioso verte pasar cada día con la bufanda tapándote la cara, únicamente dejando adivinar el color de tus ojos…

La situación era surrealista, nos parece que estamos en el mundo por estar, que nadie se percata de nuestra existencia, y sin embargo, puede que para alguien seamos importantes, al menos algo que irrumpe en su monotonía diaria. Poco menos que boquiabierta, la muchacha observaba atónita al osado desconocido. Era la primera vez que le pasaba algo similar, y se sentía cómoda. Decidieron ir a tomar algo a alguna cafetería que estuviera abierta a esas horas de la noche, pero la búsqueda fue infructuosa. Excusa de más para conocerse mientras paseaban por las callejuelas mojadas de Vetusta.

Aquella inmensa oficina siempre le había llamado la atención. Veía entrar y salir continuamente a gente distinta, o al menos cada cierto tiempo, se preguntaba si sería un local donde impartieran clase de materias técnicas, pero el misterio se adueñaba de ella cada vez que pasaba por delante. La Arquitectura es un mundo al que se había sentido unida desde joven, sus mejores amigos eran arquitectos y le apasionaba fotografiar estructuras llamativas por uno u otro motivo. Dar funcionalidad a una bella envoltura no era tarea fácil.

Él era ingeniero, y el estudio para el que trabajaba gozaba de cierto prestigio en el sector. Procedía del País Vasco, había vivido en Londres, en Lisboa, y hacía dos años que había aterrizado en la pequeña villa marinera. Deseaba probar suerte en un pueblo pequeño, más acogedor que las grandes ciudades donde siempre se había sentido extranjero. Sin embargo, hacía unas semanas que barajaba la idea de volver a internarse en la jungla cosmopolita de la capital del Mediterráneo. Trabajaba con un equipo de noventa personas, entre ingenieros, arquitectos, aparejadores, delineantes… y estaban llevando a cabo proyectos de solera en la comunidad.
Tampoco se daba cuenta mientras conversaban que aquella noche supondría un giro de noventa grados en el transcurso de su destino...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo cierto es que no somos conscientes de en qué escaso espacio de tiempo nuestras vidas pueden dar un giro de más grados de los imaginables... A lo largo del tiempo, he descubierto que la vida nunca dejará de sorprendernos, claro que, a veces, es necesario arriesgarse y dejarse sorprender...

Un beso, linda!

Mireia S. Quinteiro dijo...

Eso es lo bueno de vivir cada instante con entrega y pasión, no crees? El movimiento se consigue caminando...
Mil besos