3.6.13

Una buena manera de morir

El miércoles, temprano, salimos hacia las cataratas Niágara con Nathan al volante –sí, como los ‘hot dog’ de Coney Island- el conductor de un mini bus en el que íbamos solos, quien nos fue explicando con gran excitación toda la historia de la zona. Finalmente contratarle fue la opción más barata entre todas, ya que la excusión abarcaba un par de puntos de interés a mayores: pudimos admirar la vista desde la torre situada  justo frente a las cataratas y, en el camino de vuelta, paramos a degustar los mejores vinos de la zona en una bodega muy particular.
 

 

En las propias cataratas nos encontramos con un intento de suicidio, que mantuvo acordonada la zona más bonita de la caída de agua durante toda la mañana, por lo que no pudimos acceder para hacer fotos, pero aún así nos  quedamos impresionados por su belleza, la fuerza del agua, todo el paraje nevado, el puente que separa ambos estados, Nueva York y Ontario, el lado canadiense y el americano... Fue una vista totalmente diferente a lo que esperábamos encontrar, imagino que las guías turísticas venden la zona con imágenes de verano o primavera, con el campo verde y brillando el sol. Nada que ver con lo que veían nuestros ojos, pero nada despreciable de esta otra manera. Si hay que ponerle alguna pega, inevitablemente el frío que hacía, ya que alcanzamos temperaturas negativas durante los días que estuvimos en Canadá.
Nos llamó la atención que desde principio de siglo XX, muchos intrépidos aventureros quisieron dejar su impronta en la historia de las Niagara Falls y llenaron los periódicos con días señalados en los que se tiraban agua abajo metidos en barriles de madera primero, y de acero u otros materiales con el paso del tiempo. Algunos lograron llegar indemnes a su destino, pero muchos otros murieron en el intento.
En la bodega, ya de regreso, me llamó la atención una especialidad hecha con las cepas congeladas, de las cuales extraen dos gotas de líquido de cada una de las uvas. El resultado es una especie de vino dulce, más espeso que al que estamos acostumbrados, pero muy bueno, en ambos sabores que probamos, el normal y con cierto toque a frutas del bosque, pero claro, de precios prohibitivos.  Me parece que sean alguna zona de Alemania también lo comercializan, pero nunca había oído hablar de él.
Por la tarde, aún nos dio tiempo a visitar el AGO (Art Gallery of Ontario) con una galería superior, tienda y restaurante diseñados por el arquitecto americano, Frank Gehry. Descubrimos la pintura de algunos artistas canadienses donde el estilo pop-art y los colores planos y primarios los aplicaban a estampas invernales, admiramos algún cuadro de Monet, Modigliani, Chagall, Picasso y pudimos acceder a varias exposiciones puntuales: una retrospectiva de la obra fotográfica de Patti Smith, otra sobre el Renacimiento y una exposición de fotografía de un artista checo. Para finalizar la visita me compré una pulsera muy original diseñada por un artista canadiense. Parece un tenedor de plata retorcido con unos sutiles apliques de piedra.
 

Pero nuestra visita a Canadá la quisimos rematar con algo realmente especial, y por eso fuimos a cenar al restaurante mirador de la CN Tower. Unas vistas maravillosas de toda la ciudad de Toronto, ya que en esta ocasión no nos dio tiempo a  patear mucho de la ciudad. Una visión de 360º mientras degustábamos platos típicos del país.
 

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