Aún así, por la mañana el
jueves, antes de iniciar el periplo de regreso a casa, pudimos acercarnos
al Kensington Market, la parte más activa, bohemia y alternativa de la capital
canadiense, declarada Patrimonio histórico del país desde 2006. Parece ser que
cuando la primavera y el buen tiempo se empieza a instalar en la ciudad, la
estética y el espíritu de Kensington rompe con el tono sombrío de Toronto: En
el mercadillo callejero y las
tiendas de comestibles descansa una parte importante de la esencia de este
lugar. Se nota, acaso por encima del resto de países, la impronta latina, al
menos en lo tocante a gastronomía: probablemente sea el lugar donde comer -a
buen precio- las mejores arepas
de la ciudad y comprar todo tipo de quesos. Las tiendas de ropa también están
muy solicitadas. Sobre todo, las de segunda mano y estilo retro.
Reina en Kensington, precisamente, cierta obsesión por el pasado. Quizá
porque conforma una de las áreas más antiguas de Toronto y
cuenta todavía con edificios levantados a finales del siglo XIX, lo que
tratándose de una ciudad extremadamente joven como ésta es mucho decir. En sus
orígenes -allá por 1880- el barrio congregó a las primeras remesas de inmigrantes
escoceses e irlandeses que llegaron a la ciudad. Durante las tres primeras
décadas del siglo XX, los judíos procedentes de Europa lo hicieron suyo hasta
que, a partir de 1950, se fueron mudando a zonas más prosperas, dejando su
lugar a los habitantes de las Azores que huían de la dictadura de Salazar.
Desde entonces, la llegada de inmigrantes se intensificó. Primero, caribeños y
asiáticos; y más tarde los procedentes de África, Sudamérica, Centroamérica y
Oriente Medio, con quienes se terminó de conformar la amalgama actual.
Los negocios del distrito son independientes y familiares, ya que las
grandes firmas no han conseguido extender sus tentáculos por la zona -al menos
no en forma de establecimientos-. Hay un acuerdo tácito entre barrio y ciudad
para que este extremo se respete, aunque la polémica siempre está latente. En
el año 2002, Nike abrió una tienda en el corazón de Kensington y enseguida
comenzaron manifestaciones, conciertos y performances de protesta, realizadas
por una parte de la comunidad. La franquicia resultó un fiasco y desde entonces
ninguna gran firma lo ha vuelto a intentar.
Kensington es el lugar de los artistas y escritores,
el de los estudios de fotografía y las galerías de
arte. Flota cierto tufillo hipster, es cierto, y con frecuencia
algunos locales caen en la extravagancia, en forma de creperías vegetarianas,
por ejemplo, pero esto se debe más a su espíritu ecológico que a otra cosa.
También es el vecindario con menor tráfico de Toronto.
Según el censo del Ayuntamiento, más de la tercera parte de los habitantes de
Kensington acude andando al trabajo. Además, el último domingo de cada mes,
tres de las calles principales que cruzan el vecindario (Augusta, Baldwin y
Kensington) quedan cerradas a los coches para levantar un mercadillo callejero
que incluye bailes, teatro y música.
(Jorge Martínez, El barrio bohemio de
Toronto, artículo publicado en El País, el 3 de abril de 2013)
A continuación, toda una retahíla de aviones, taxis y más aviones hasta nuestra llegada a España, un día más tarde. Sin embargo, tuvimos tanta suerte en todo momento que realmente aún no me lo creo. El vuelo de salida desde Toronto a Nueva York llegó con casi una hora de adelanto, lo que nos permitió desplazarnos con holgura desde Newark hasta el aeropuerto de JFK, tomar las maletas de la consigna y esperar el siguiente vuelo a Madrid. Unas cuantas horas después pisábamos tierras compostelanas con todo lo puesto, con ganas de comer tortilla y recuperar sueño perdido. Aún quedaba un largo fin de semana para poder recuperar fuerzas y dejar que todos los paisajes, experiencias y aventuras quedaran impregnados en nuestro personal libro de recuerdos.
1 comentario:
Me ha encantao...
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