Al día siguiente, martes,
viajamos a Toronto. Después de un buen madrugón logramos dejar las maletas en
Consigna del JFK y embarcar rumbo a Canadá. Si, un nuevo sello en nuestro
pasaporte, y un frío helado al llegar nos dio la bienvenida. La anécdota la
tuvimos al entrar, en la entrevista con la policía montada del Canadá (pero sin
montar, no es plan tener caballos dentro de un aeropuerto...), que no se creía
que lleváramos viajando un par de semanas por Estados Unidos con tan solo una
mochila.
-
¿Qué
venís a hacer a Canadá?
-
Ver las
cataratas.
-
¿Y cómo
tenéis pensado ir?
-
No
tenemos ni idea, miraremos cuál es la mejor opción, si bus o tren.
-
¿En
serio?. En fin -escaneo de arriba abajo con la mirada- Podéis pasar.
Nos estuvimos riendo todo el viaje en taxi hasta el hotel. A una muchacha con rasgos orientales que estaba por delante de nosotros en la cola de Aduanas, poco más y le hace desnudarse después de haberle abierto todas las maletas, los neceseres, bolsos, enseñado facturas, etc. Nosotros debimos caerle en gracia, o simplemente, no quiso aventurarse a oler la ropa sucia acumulada en la mochila desde hacía dos semanas...
El hotel estaba ubicado en pleno centro de Toronto. Tras una breve
siesta, en la oficina de Turismo más cercana preparamos nuestra excursión a las
cataratas y una reserva en el mirador de la CN Tower y después preguntamos por
los hitos destacados de la ciudad. Nuestro objetivo en Toronto eran las cataratas
así que todo lo que viniera a mayores sería un regalo, pero sobre todo
deseábamos calma, ver sin prisas. Y casi sin querer disfrutamos de un musical
al mejor estilo de Broadway en uno de los teatros más bonitos que he conocido:
The Wizard of Oz.
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