El viernes fue el turno del
Empire State. Logramos colarnos al interior del ascensor en un tiempo récord y
no esperar cola sin necesidad de pagar el ‘extra’ que los listillos pretendían
vender a los turistas. Ni que decir que las vistas desde el piso 84 son
espectaculares, pero es que desde la 102 no tengo palabras. Me llamó la
atención la cantidad de helicópteros que sobrevolaban la ciudad, pensando que
pertenecerían al Police Department, pero no. Nueva York es una de las ciudades
más seguras de Estados Unidos y apenas hay incidentes, al menos en el centro de
Manhattan. Más tarde, cuando bajamos al sur a coger el ferry a Staten Island,
nos ofrecían a nosotros también volar quince minutos en helicóptero por 180 euros
cada uno. Evidentemente se quedó en eso, en oferta, la vista de pájaro la
tuvimos desde el edificio más alto de la ciudad, tras la caída del World Trade
Center en 2011.
Ya en la calle nos dirigimos al barrio de Chelsea, al que tantos poetas
y músicos dedicaron muchas de sus letras, sobre todo al famoso Hotel Chelsea,
que hoy se cae a pedazos. Sid Vicius asesinó allí a su compañera en 1978, el
poeta Dylan Thomas cayó en coma tras ingerir 18 whiskies; Leonard Cohen, Joni
Mitchell, Jon Bon Jovi y un sinfín de artistas le dedicaron canciones tras
pasar por sus habitaciones. Hasta Henri Cartier Bresson fue atraído por este
edificio de ladrillo rojo inaugurado en 1884 que hoy aparece cubierto por
plazas conmemorativas tapadas por andamios que sujetan sus ruinas. Pero antes
de llegar nos deleitamos con otro de los edificios de factura americana, digno
de admirar: el Flatiron Building. Era uno de los edificios más altos de NY en
1902, y cuenta con un homólogo en Toronto, aunque éste carece de su altura.
Cerca del Flatiron, una tienda de objetos para casa hechos a mano en cerámica
por diseñadores neoyorquinos; allí
descubrimos que en Brooklyn cuentan con un dialecto propio, lo cual nos vino
muy bien unos días después, cuando pudimos comprobarlo por nosotros mismo.
En
Union Square paseamos por un mercado de flores y nos divertimos con
espectáculos callejeros antes de llegar al mercado de Chelsea. De nuevo zona de
dinero, muy londinense, estilo eco-moderno, cristal, madera y toques de color
por todas partes. Me encantó el diseño de la era post-industrial, pero ya no es
original, se ve en todas partes, aunque mantenerlo es lo que lo hace realmente
interesante. Salimos con la comida puesta y nos dirigimos al High Line, un
proyecto de rehabilitación paisajística en las antiguas vías aéreas de tren,
ahora convertidas en paseo peatonal con cubierta vegetal, bancos de madera y
preciosas vistas sobre el barrio. Las bicis campan a sus anchas. Comimos entre
niños que no paraban de reír. Bendita inocencia. Una delicia. El sol aún
brillaba a pesar de lo avanzado de la tarde...
(Chelsea Market, NYC, 2013)
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