Intentamos madrugar el domingo
para acercarnos a Battery Park, la zona sur de Manhattan, con la intención de
tomar el ferry a Staten Island y divisar desde la barandilla la grandiosidad de
la Estatua de la Libertad. Sin embargo, después de haber estado al pie de los
mayores rascacielos del mundo, el legendario regalo que recibieron los
americanos de los franceses en 1886 para conmemorar el centenario de la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y como un signo de amistad
entre las dos naciones, parecía una insignificancia. De hecho, comparado con
los edificios que dejábamos atrás, apenas levantaba unos palmos del suelo.
Parece que la historia y el paso del tiempo han hecho que otras construcciones
tomen mayor relevancia, al igual que pasó con el Chrysler Building o el propio
Empire State en competencia con otros rascacielos de la Gran Manzana.
Llegados a destino tomamos el siguiente ferry de vuelta a Manhattan y
paseamos por el Financial District, donde una calle estrecha guarda celosamente
el antiguo edifico de la Bolsa, supervisado por la mirada indiscreta de George
Washington, primer presidente de los Estados Unidos. Alrededor de Bowling
Green, y su toro de bronce que representa el optimismo y la prosperidad
financiera desde la crisis bursátil de 1987, parten diversas calles donde
apenas llegan los rayos del sol. La altura de los edificios que albergan la
mayor parte de las instituciones financieras de la ciudad parece que ahoga a
los transeúntes, ocupados en llegar apresuradamente. Salimos de la zona por uno
de sus laterales hasta llegar a la Zona Cero, el espacio dejado por las torres
gemelas después del atentado sufrido en septiembre de 2001.
Si bien pasamos por el distrito financiero de puntillas, la antigua
ubicación del World Trade Center nos conmovió, sobre todo tras visitar la
iglesia de San Paul, la capilla más antigua de Manhattan y que permaneció
intacta tras los ataques. Durante nueve meses, la parroquia fue utilizada como
un refugio donde los rescatadores dormían, comían, se bañaban y lloraban sus
penas. Los transeúntes dejaban flores en sus rejas de hierro, y los familiares de
las víctimas acudían para dejar volantes buscando noticias de sus seres
queridos que nunca regresaron a sus casas. Cientos de esos objetos se exhiben
aún en la iglesia, junto con entrevistas, fotografías, banderas y carteles recibidas
desde todas partes del mundo para honrar a las víctimas de los ataques:
bomberos, trabajadores, pilotos, policías, y todo el personal, desaparecido o
herido, que fue víctima directa o indirecta de los atentados, aquellas que
colaboraron en la evacuación y recuperación de la zona y que no vivieron para
contarlo. Las fotos de la época recuerdan aquel mismo lugar envuelto en llamas
y cenizas, con hombres y mujeres agonizando.
Una autentica tragedia que aún hoy, más de diez años después, mueve la emoción a sus anchas entre los miles de visitantes del 11/9 Memorial. Paseamos entre las dos grandes cascadas que ocupan el lugar de las antiguas torres, alrededor de las cuales ya se encuentran a punto de rematar los cuatro rascacielos que configuran el nuevo complejo del World Trade Center, junto al museo diseñado por Daniel Libeskind, arquitecto que lidera la proyección de dicho complejo y quien tuvo que lidiar con el resto de colaboradores para llegar a un acuerdo entre todos los implicados (entre ellos Santiago Calatrava).
Una autentica tragedia que aún hoy, más de diez años después, mueve la emoción a sus anchas entre los miles de visitantes del 11/9 Memorial. Paseamos entre las dos grandes cascadas que ocupan el lugar de las antiguas torres, alrededor de las cuales ya se encuentran a punto de rematar los cuatro rascacielos que configuran el nuevo complejo del World Trade Center, junto al museo diseñado por Daniel Libeskind, arquitecto que lidera la proyección de dicho complejo y quien tuvo que lidiar con el resto de colaboradores para llegar a un acuerdo entre todos los implicados (entre ellos Santiago Calatrava).
El edificio estrella del proyecto, la Torre de la Libertad, ya está a punto de rematarse. No sólo será el rascacielos más alto de Manhattan, con 90 pisos y tres millones de pies cuadrados, sino de todo el hemisferio norte. Sus 541 metros con aguja incluida superan los 443 del Empire State, contando con la antena, el más alto en la actualidad.
Con el corazón aún encogido nos dispusimos a atravesar el puente de Brooklyn por primera vez, tras dejar atrás el City Hall. El cielo ya amenazaba con descargar lágrimas en cualquier momento, pero no impidió que disfrutáramos de cada paso por el puente colgante. Fue construido entre 1870 y 1883 y constituyó un emblema muy innovador de la ingeniería del siglo XIX, por la utilización del acero como material constructivo a gran escala. Ni que decir tiene que también nos encontramos andamios en la pasarela, así como en muchos otros monumentos de la ciudad. Fue tal el fastidio que decidimos hacer de los muros de obra algo creativo y los incorporamos a las fotos como nuestro ‘proyecto personal’. Puede que todos los turistas tengan fotos de estos lugares emblemáticos tal cual se construyeron, pero no creo que muchos los hayan retratado con andamios delante…de lo más ‘chic’.
Creo que lo que más me gustó de toda la visita a Nueva York fue la vista del skyline desde el exquisito barrio de Brooklyn Heights. Estaba ya anocheciendo y las luces de los edificios comenzaban a encenderse. Al fondo la Estatua de la Libertad, tan pequeña pero sin dejar de irradiar prestancia e influencia sobre la bahía. Aún no habíamos comenzado a sacar las primeras imágenes cuando empezó a llover copiosamente. Besándonos como adolescentes debajo del puente, decidimos meternos en un pequeño restaurante bohemio del barrio de Dumbo para cenar tranquilamente. Mañana habría tiempo para regresar a sacar las mejores fotos del viaje.