5.3.07
Escapada a Logrosán
Quiero compartir esta escapada con vosotros, bellos parajes en Cáceres.
Lo mejor del reportaje?... Lo guardo para mi
6.2.07
Justos por pecadores

En fin, que seguimos en la misma. No hay justicia en este mundo, para nada. Y el pueblo vasco es un ejemplo de ello. Tan sólo unos días en Bilbao y San Sebastián, pero suficiente para hacerme sentir como en casa. Diría que hasta me pareció excesivo el buen trato recibido. Amigos, ya sabemos quién sujeta la sartén por el mango y quien es verdugo de quien. No hace falta que le gritéis al mundo que eso no es así en cada rincón de Euskadi, que sois buena gente está demostrado. Lo sabemos, nos consta, y aún más, os aplaudimos. Porque no es fácil vivir así. Y tampoco creo que lo hagáis para justificar nada. Seguramente el resto de los mortales tengamos una idea equivocada de todo lo que se cuece, vosotros conocéis la realidad pero la mantenéis al margen, y es lo mejor que se puede hacer. Cada loco con su tema y Dios en el de todos. Aunque ni Él lo puede evitar, siempre pagan justos por pecadores.
3.2.07
Silencio

A veces es mejor escoger la ausencia de palabras, porque éstas duelen, a veces. Tratas de convencerte de que sin ellas será más fácil olvidar, pero en el fondo sabes que no es así. El silencio es ausencia en todo su significado, es soledad. Y pérdida aprendida.
A veces las cosas ocurren sin encontrar una explicación razonable, la tiene pero no la quieres identificar porque te produce un dolor tan profundo que prefieres obviarlo. El tiempo ayuda a madurar. Las personas somos ricas en matices precisamente porque desde que tenemos uso de razón vamos buscando nuestro destino, dotándolo de nuestra propia personalidad. Defines lo que quieres y lo que no quieres, las circunstancias que nos rodean nos hacen adaptarnos al medio en el que nos desarrollamos. Nadie es culpable de nada, distintos puntos de vista. La culpabilidad no conduce a ningún sitio.
La vida es injusta para todos. A veces me gustaría no ser tan sensible a ciertas experiencias, pero es inevitable. Con el paso del tiempo he aprendido a ver las cosas desde otro prisma, quizá más objetivo. De lo que estoy segura es de que volveré a tropezar en la misma piedra, forma parte de nuestro aprendizaje continuo.
1.2.07
La vida sigue igual

Alrededores de Tánger, primeros días de 2007
Recuperar antiguas conversaciones con los amigos, visitar a los enfermos, admirar la paciencia de las madres con sus hijos pequeños... algún día ellas también podrán contemplar desde la distancia la labor de otra generación. Y así sigue la vida, con más edad pero no sin menos esperanza, porque ella es la que aporta ilusión en cada amanecer, y porque si aún estamos aquí es por algo, sólo es cuestión de decubrir nuestro lugar.
16.10.06
Algún día la ternura moverá el mundo (Segunda parte)
Atención a la campaña Free Hugs (Abrazos gratis) llevada a cabo en Australia por Juan Mann.
14.10.06
Algún día la ternura moverá el mundo
Cádiz. Última hora de la tarde. Calle casi desierta, a excepción de David, hijo de mi amigo el artista gaditano, especialista en reconstrucción de uniformes históricos, Miguel Ángel Díaz Galeote. David, que tiene catorce años, acaba de salir del colegio y espera sentado en la parada el autobús que lo lleve a casa. Pasa algún coche de vez en cuando. Al rato, atento a la llegada del transporte, ve acercarse una bicicleta desde el extremo de la calle. Sin prestarle atención, sigue hojeando los apuntes que tiene sobre las rodillas, porque dentro de tres días hay examen y lo lleva crudo. Mientras tanto, despacio, la bici llega hasta él. David levanta la vista y comprueba que se ha detenido y que, apoyado en el manillar, lo observa un chico un par de años mayor que él. Uno de esos pishas gaditanos de toda la vida: moreno, escurrido de carnes, pantalones de chándal y camiseta del Cai. El recién llegado lo mira muy fijo. Tiene el aire clásico de los zagales duros de allí. Así que David, pese a ser un crío tranquilo, se mosquea un poco.
–Dame er dinero, quiyo –dice el de la bicicleta.

Los pocos coches que pasan no se percatan de la situación; y aunque así fuera, que se detuvieran es otra cosa. David, que no tiene un pelo de cobarde, tampoco lo tiene de chuleta, ni de tonto. Sabe que allí solo, frente a uno de dieciséis años, va listo. Indefenso total. Así que lo mira a los ojos, procurando no mostrar más preocupación que la justa.
–Sólo llevo un euro –responde–. Para el autobús.
Habla con la calma de quien dice la verdad. El otro lo mira de arriba abajo, despectivo, apoyado en el manillar. Por un momento, David piensa en el reloj que lleva en la muñeca, regalo de sus padres. Espero que no le dé por quitármelo, se dice. Pero al otro sólo le interesa el metálico.
–Vacíate los borsiyos.
Resignado a lo inevitable, David obedece. Deja los apuntes en el suelo y se levanta. Su único capital, el solitario y patético euro, reluce en la palma de su mano. Sin dejar la bici, el otro se apodera del botín. Luego se aleja pedaleando tranquilamente, haciendo eses por la calzada. David suspira, coge sus apuntes y echa a andar por la acera, en la misma dirección por la que se aleja el precoz chorizo que acaba de arrebatarle su capital. Media hora hasta casa, calcula. Algo menos si camina deprisa. A trechos se sorbe un poco la nariz. No está avergonzado –es un chaval sereno y sabe que la vida es así–, pero siente picado el orgullo. Si el otro hubiera tenido su edad, el euro habría tenido que quitárselo a golpes, si se atrevía. Pero las cosas son lo que son. Así que aprieta el paso, inquieto porque llegará tarde a cenar y su madre estará preocupada.
–¿Aónde vas, quiyo?
El joven atracador, que al volverse a mirar atrás lo ha visto caminar, acaba de describir una curva con la bicicleta y ahora pedalea a su altura, mirándolo con curiosidad. Sin aflojar el paso, ceñudo, David responde.
–¿Dónde voy a ir? A mi casa.
–¿Andando?–Me has quitado el euro.
El otro se queda pensando. Luego le pregunta dónde vive, y David se lo dice. En la calle tal, número cual. Durante un trecho, el pisha sigue pedaleando a su lado, el aire reflexivo, mirándolo de reojo. De pronto frena.
–Sube, quiyo. Que te yevo.
–¿Qué?–Que subas, oé.
Y entonces, David, con la naturalidad de sus benditos catorce años, se instala en el único asiento de la bici y se agarra a los hombros del choricillo, que, de pie sobre los pedales, sin sentarse, lo lleva tranquilamente por la avenida, durante diez o doce minutos, hasta la puerta misma de su casa.
–Gracias –dice al bajarse.
–De nada, quiyo.
Y el joven atracador se aleja muy digno, pedaleando. Dicho en una palabra: Cádiz.
21.9.06
Para los nostálgicos, y los curiosos
7.8.06
Un arte para ser sentido

Es una persona apacible, tranquila, pero con ganas de comerse el mundo, como cualquier joven. Cree en si mismo y en lo que hace, y le gusta enseñar lo que sabe a los demás, quizá por eso se muestra sorprendido al no ver tanta pasión del otro lado de la balanza. Pero el arte es así. Se ha hecho para ser sentido, no para ser comprendido; por esto, cada vez que se quiere hablar de él con la inteligencia, no hace más que decir necedades. No le faltaba razón a Rémy de Gourmont, escritor y crítico francés y uno de los principales exponentes del simbolismo. Ahora, también hay que decir que fue expulsado de la Bibliotèque Nationale de Paris por su escaso patriotismo en uno de los artículos publicados en Le Mercure de France, diario fundado por él mismo en 1890. Lejos de ser críticos con nadie- quien esté libre de pecado que tire la primera piedra- la frase nos viene al pelo. Sin embargo, hay que asomarse al universo de Ruiz para compartir su interpretación de los espacios urbanos, todos lugares donde habita, para empaparse de su espíritu, de su alma, y luego volcarlo ante el papel en blanco, sin el temor de todo artista al lienzo sin contenido, vacío, porque enseguida lo llena para dotarlo de sentido.

1.8.06
Fragilidad

Acababa de llegar a la ciudad. Sola, por primera vez, sintió lo que significaba la palabra fragilidad, el alma de un gorrión en las manos de un gigante. Iba sin rumbo fijo, amparada por la multitud que la arrastraba, preguntándose si aguantaría mucho en aquella maraña de edificios vacíos, de calles abarrotadas, señales de prohibido y ruido, mucho ruido… la inquietud que experimentaba la gente de su alrededor no acompañaba los latidos de su corazón, a punto de aletargarse. Una paloma pasó por delante sin percatarse de ella en su alborozado vuelo. La vio dirigirse hacia un callejón apartado. Sin pensarlo la siguió, creyendo que sería mucho mejor perderse en el silencio. Y entonces la encontró, sentada en un banco destartalado. Las nubes corrían con miedo en el cielo, apuradas por el viento que las perseguía. Llovía. Era un hada disfrazada de anciana. Ella continuaba sentada, serena, en su banco. A su alrededor, cientos de palomas se dejaban mimar. Con cariño, les ofrecía pan mojado, alimentando sus frágiles cuerpecillos. De nuevo esa palabra en su mente. Permaneció incontables minutos mirándola, empapándose de su ternura, de sus arrugas, de su experiencia olvidada, compartiendo aquel momento, envuelta en humedad, mientras su corazón comenzaba a latir de nuevo. Las aves revoloteaban, tropezaban entre ellas por un pedazo de alimento, el tiempo se paró sólo un segundo.
Justo encima de la mujer, apenas adivinado en un balcón con flores marchitas por el descuido de alguien, un cartel anunciaba su alquiler. Y lo supo. Aquel sitio era suyo, ya tenía nombre, allí sería feliz, sería capaz de curarse de ausencias, de no volver a echar de menos, a ser ella misma. Se acercó a la puerta con la intención de llamar… y tímidamente, comenzó a salir el sol.