(Shadow Walkers, by Jim McNitt)
Imagino que todo el mundo ha estado sumergido en conversaciones anodinas, de las que ha deseado evadirse más de una vez. Seguramente en ese momento ha preferido estar solo que aguantar la perorata que su compañero le lanza sobre conexiones ultrarrápidas en una desconocida sociedad de la información o toda la clasificación de enfermedades tropicales que se pueden padecer en un país en el que la sanidad e higiene básicas de todo ser humano brillan por su ausencia. Simplemente, que no nos interesa si el hermano de nuestro interlocutor se lió con la vecina, que resultó ser la prima de un amigo de la mujer del hermano del susodicho. Si la tierra nos absorbiera en ese preciso instante y nos condujera hasta sus mismísimas entrañas, o nos dejara olvidados en una habitación oscura sin ventanas, no nos importaría lo más mínimo, al menos hasta que se nos pasara el dolor de cabeza. Pues no hacen falta situaciones extremas para darnos cuenta de que en la misma medida en que necesitamos a los demás, necesitamos también conocernos a nosotros mismos.
Para disfrutar de la compañía de los seres queridos, primero debemos conocer nuestro interior, saber lo que somos y lo que buscamos. Eso nos ayudará a reflejarlo mejor a los demás, que sabrán cómo y cuando podrán echarnos una mano de apoyo y ánimo, sin obligarles a estar constantemente pendientes de nosotros. Cada individuo debe reservar algún momento en su vida a la reflexión.
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