
Los árboles recibían la lluvia pacientes mientras la plaza iba quedando vacía,
parecía que el espectáculo no podía ofrecer mucho más
pero el tiovivo aún se mantenía en movimiento,
un movimiento pausado y rítmico que marcaba el paso del tiempo.
Hacía años que Luis traía la alegría a aquel pueblo, verano tras verano,
ver a los niños reírse sobre sus corceles de colores le devolvía a la vida.
Construía cábalas con sus pensamientos, bellos príncipes azules a la búsqueda de sus pequeñas princesas, aguerridos ante el dragón de la lengua de fuego...
Ahora las madres se apresuraban a rescatarles de sus sueños para regresar a casa,
al calor del hogar y al reconfortante amor paternal,
estaba anocheciendo y yo permanecía en pie junto a la atracción de feria,
embelesada por su giro constante y pinceladas de colores...
Tenía los cabellos empapados, pero mi boca aún preservaba el dulce sabor del algodón de azúcar...
(A mi abuelo)